El rebeco, habitante de las cumbres 

24 Enero 2024
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Por Jose Luis Gallego. Divulgador ambiental (@ecogallego)


En las cumbres de nuestras montañas más altas habita uno de los bóvidos salvajes más elegantes y esbeltos de la fauna ibérica: el rebeco, al que los científicos clasifican con el nombre de Rupicapra rupicabra. 

De tamaño menor y mucho menos robusto que la cabra montés, muestra un pelaje de color tostado, algo más oscuro en las patas y el pecho, más largo y denso en invierno que en verano. Con un cuello alargado y estrecho, llama la atención lo pequeña que resulta su cabeza, con la cara de color blanco, cruzado por un distintivo antifaz marrón oscuro que va de la boca a las orejas rodeando sus ojos negros. 

 

Ejemplar de rebeco, en su hábitat natural.
Ejemplar de rebeco, en su hábitat natural. 

Otro de los rasgos más distintivos para identificar al rebeco son sus pequeños cuernos: cortos y estrechos, en forma de garfio girado hacia atrás. Ágil y ligero, el macho mide poco más de un metro de altura a la cruz y pesa alrededor de veintidós kilos, la hembra es algo menor.

Completamente adaptado a la vida en la alta montaña, el rebeco suele establecerse en los roquedos, las tarteras y las praderas alpinas rodeadas de bosque. Sin embargo, también resulta habitual observarlo en las cúspides más elevadas de los macizos montañosos, por encima de los dos mil metros, siendo uno de los pocos mamíferos salvajes que habitan las agujas y los neveros de los picos más altos. 

Cuando te encuentras con ellos allí arriba y huyen asustados, resulta sorprendente observar como son capaces de trepar velozmente por las paredes rocosas, saltando entre las crestas que se asoman al vacío. O verlos descender a la carrera por los desfiladeros cubiertos de nieve y hielo sin dar ni un ligero traspié. Ello se debe a la potencia de su musculatura, su sofisticado sentido del equilibrio y a la anatomía de su pie, perfectamente amoldado a la marcha, la carrera y el salto por los terrenos más escarpados. 

Gregario y muy social, suele vivir en grupos pequeños, aunque en algunas zonas del Pirineo, donde resultan especialmente abundantes, pueden llegar a formar rebaños muy numerosos, de hasta casi un centenar de ejemplares. 

 

Ejemplar de rebeco, andando por la montaña.
Ejemplar de rebeco, andando por la montaña. 

En verano suelen quedarse en las zonas más altas, huyendo de la presencia humana, pero al llegar el invierno, cuando las temperaturas se precipitan bajo cero y la nieve y el hielo cubren las cumbres, los rebaños se reagrupan y descienden hasta los valles para garantizarse el alimento.

Exclusivamente vegetariano, se alimenta básicamente de hierba, hojas, líquenes y frutos y bayas silvestres. Tienen mucha apetencia por la sal, por lo que suele ser habitual observarlos en las zonas utilizadas por los ganaderos para suministrársela a los animales que dejan en el monte.

Respecto a sus enemigos naturales, los principales predadores son el lobo, que suele capturar individuos enfermos o envejecidos, y el águila real que puede capturar a las crías. Mucho más temible para el rebeco es el cazador de montaña, pues se trata de una de las especies cinegéticas más codiciadas y de la que cada año se otorgan miles de licencias de caza.

Aunque la mayor amenaza para la especie son sin duda las enfermedades contagiosas, como la grave epidemia de pestivirus que azotó la península ibérica a principios de los dos mil. 

 

Pareja de rebecos encima de la montaña.
Pareja de rebecos encima de la montaña. 

Esta enfermedad vírica, considerada una variante lejana de la peste porcina clásica, actúa única y exclusivamente sobre las poblaciones silvestres de rebeco, alterando el sistema inmunológico del animal afectado hasta dejarlo prácticamente sin defensas. El rango de contagio fue tan elevado que en los pirineos rebajó la población de rebecos a la mitad en menos de un año, reduciendo su área de distribución de tal manera que llegó a temerse por su extinción. 

Afortunadamente la especie logró adaptarse a la situación y dar respuesta inmunológica al virus, y empezó a recuperar su población. Hoy en día, y aunque ha tenido que enfrentarse a varias epidemias más, este bello habitante de las cumbres se considera fuera de peligro.